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Cervantes, tras el realismo ideal, de Valentín Pérez Venzalá

Noviembre, 2001

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   Valentín Pérez nos ofrece en este libro un recorrido por la vida y la obra de Miguel de Cervantes, analizando obras fundamentales como el Quijote o Las novelas ejemplares y ofreciendo en definitiva una visión de conjunto de la época social, histórica y literaria de Cervantes. El siguiente cápitulo es el preámbulo del libro. [Descarga el libro completo ]

Miguel de Cervantes, tras el realismo ideal


   Cervantes, a caballo entre dos siglos, dos épocas y en buena medida dos formas de entender la vida y la literatura, nos dejó en su obra cumbre, el Quijote, un buen reflejo de ese momento de transición que le tocó vivir. Cervantes había dado los primeros pasos de su infancia durante el reinado de Carlos V en el que los ideales de una España hegemónica estaban en absoluta vigencia. Los españoles, aunque con los mismos problemas de siempre, la pobreza, la injusticia social de un sistema netamente estamental y, sobre todo, la guerra, reflejaban aún ilusión y esperanza en gran parte de sus creaciones, lo que no quitaba que también se dejaran oír voces críticas y sorprendentes como la del pregonero toledano Lázaro de Tomes. El Renacimiento había vuelto a buscar en el mundo antiguo una fuente fundamental de conocimiento y redescubría al hombre como potencia a desarrollar y valorar, frente a la extrema estimación de la religiosidad en el medievo, y ahora tenía puesta su confianza en los logros humanos, casi tanto como en los divinos. El hedonismo y el goce eran cantados con deleite y se tendía a disfrutar de los placeres de la vida y a la misma vez el ideal del llamado amor platónico estaba más vigente que nunca, y se cantaba a la mujer y al amor con la misma desenvoltura medieval pero con una forma nueva. El hombre renacentista pretendía ser el perfecto cortesano que proponía Castiglione, y la mujer aspiraba a ser la dama virtuosa, y aunque en la realidad, los cortesanos resultaba también miserables y mezquinos como también nos refleja el escudero presente en el Lazarillo, estos modelos seguían moviendo la literatura y por ello, la novela de caballerías o la de pastores, triunfaban entre los lectores de la época.

   Cervantes mismo pudo aún vivir en su juventud momentos heroicos en la batalla de Lepanto en la que España se mostraba defensora de la cristiandad y mantenía aún ligeramente a flote viejos ideales bajo el reinado de Felipe II, pero poco tiempo después, con el mismo cautiverio y su vuelta a una España burocrática donde sus sacrificios no se vieron recompensados como merecía verá desmoronarse los modelos de antaño, y cómo la España ideal iba dejando paso a la España real y realista del Barroco, depauperada y profundamente trágica a pesar de la comicidad que todo lo impregnaba y de la que el Quijote es buena muestra. Se había pasado también de la España abierta a las influencias europeas que dejaba entrar la nueva religiosidad erasmista impregnada de interiorismo y sinceridad, así como al humanismo italiano; al enclaustramiento en las fronteras que a la postre cada vez se iban estrechando más. El paso de sus primeros poemas dedicados a la reina Isabel de Valois a poemas como el dedicado al túmulo de Felipe II en Sevilla muestran claramente el cambio operado en Cervantes y quizá en gran parte de los españoles. Es en definitiva también el paso de la ironía renacentista al sarcasmo barroco, el paso del Lazarillo de Tormes al Guzmán de Alfarache o, mejor aún, al Buscón de Quevedo, o el paso también de los juegos verbales sin mayor trascendencia que el ingenio en las coplas garcilasianas y la poesía cortesana del XV y XVI a la tensa y honda reflexión metafísica que los juegos verbales encierran en los poemas de Quevedo.

   Cervantes muestra bien ese momento de transición entre lo que podemos llamar el idealismo renacentista y el desengaño o realismo barroco. Sin olvidar que tales distinciones son en extremo simplificadoras, se puede distinguir claramente un periodo preferentemente idealista en la literatura renacentista frente al auge del realismo, con toda sus implicaciones, en el Barroco. Por supuesto que no desaparecen los ideales, e igualmente en el XVII se siguen escribiendo poemas mitológicos en los que Apolo sigue persiguiendo a una Dafne de extrema belleza, o sigue habiendo pastores que cantan en perfectas silvas a sus esquivas pastores, como igualmente las damas reflejadas en los poemas de Quevedo o de Góngora son tan hermosas, altivas y desdeñosas como las de Garcilaso; pero se inicia ya una tendencia a recrearse en el materialismo y en el realismo más fuerte para dejar constancia del entramado de la realidad, no ya cubierto por el idealismo, sino desnudo de ficciones. Si el Renacimiento intentaba en su literatura dar un modelo del mundo a imitar para mostrar así un camino hacia el deber ser y establecer así la crítica en base al contraste entre la realidad y la poesía, el Barroco tiende a mostrar el mundo no sólo tal y como es, con sus miserias y ruindades, claramente reflejadas en la picaresca, que es el género narrativo más importante del momento, sino que incluso degrada la realidad hasta extremos insospechados, mostrando con la exageración de los males una critica devastadora a la realidad, al hombre y a la sociedad de sus tiempo. La hipérbole se convierte así en característica barroca fundamental frente a la mesura renacentista.

   Don Quijote no puede ser mejor emblema de ese tránsito, reflejo de cómo el ideal ya moribundo encarnado en el mundo caballeresco choca con la sórdida realidad de una España maltrecha y materialista que ya no cree posible recuperar ni el prestigio ni los ideales de antaño. Así mismo ese paso de los ideales del humanismo renacentista, en el que tan bien podemos encuadrar a nuestro autor, al llamado desengaño barroco impregnado de desencanto y de angustia "existencial", se reflejan también en la creación, y claramente en el tránsito de una novela idealista como era por lo general la renacentista, llena de damas perfectas, de caballeros heroicos, y de buenas acciones, a una novela realista de pícaros y desarrapados en la que nos encontramos con mujerzuelas y truhanes, engaños y estafas. Cervantes precisamente oscilará entre ambos extremos a lo largo de su vida, escribirá La Galatea, novela idealizante que refleja un mundo pastoril idílico, pero también el Coloquio de los perros donde el mundo sórdido desplaza a los pastores y caballeros modélicos, y así Berganza, el perro cínico y pícaro, puede decir que los pastores que él conoció no tenían nada que ver con los que su ama leía en los libros "porque si los míos cantaban, no eran canciones acordadas y bien compuestas, sino un "cata el lobo dó va, Juanica" y otras cosas semejantes; y esto no al son de churumbelas, rabeles o gaitas, sino al que hacía el dar un cayado con otro al de algunas tejuelas puestas entre los dedos...". Así pues el mundo ideal renacentista se ve despojado de su barniz edulcorante y la realidad va abriéndose paso: las damas cortesanas se tornan prostitutas y los caballeros andantes en pícaros deshonrados. Don Quijote encarna en buena medida ese contraste, pues creyendo aún en ideales renacentistas como al fin y al cabo era el del perfecto caballero, sale a resucitar la ya muerta caballería andante para chocar contra la fría realidad de su época en la que ya no tienen cabida seres dispuestos a perder la vida por defender la justicia y proteger a los desvalidos, y donde quienes pretenden tal cosa sólo pueden ser tomados por locos. Don Quijote representa claramente el choque entre el ideal y la realidad, entre el Renacimiento y el Barroco, por ello precisamente también literariamente chocan la novela más idealista, la novela de caballerías, triunfante en el XVI, con la novela realista, con la nueva novela que estaban construyendo diversos escritores en la que son los personajes marginados, los personajes de carne y hueso los que toman la palabra. El enfrentamiento se produce en forma de parodia de la primera que a su vez da lugar a una elaboración genial de la segunda. Son ahora no ya los caballeros valientes y heroicos ni las damas altivas o las pastoras de extremada belleza, sino los marginados, el pícaro y el loco, los que toman la palabra e inauguran el realismo del barroco, y se abren paso hacia la novela moderna.

   Sin embargo Don Quijote y Sancho llevan también, y quizá más que los personajes perfectos de la novelas de caballerías o de pastores, el germen del idealismo. Precisamente por entenderlos como personajes de carne y hueso, con sus miserias y sus deseos, podemos aprehender mejor el ideal que cada uno de ellos encarna. No se trata de reflejar una dicotomía entre el idealismo de don Quijote y el realismo supuesto de Sancho, pues aunque ambos pudieran bien representar esos papeles, y en gran medida a menudo lo hacen, no es menos cierto que ambos reflejan también una visión ideal y positiva, frente a la cual el mundo de los otros, el de venteros y duques, es el que resulta negativo y por tanto criticado y satirizado, y asimismo que si Sancho acaba contagiándose de quijotismo de su amo también las miserias de don Quijote, como su lamentos y gemidos tras cada apaleamiento, su penitencia ridícula en la Peña Pobre y sus tantas aventuras disparatadas, nos muestran lo más realista de la condición humana, los momentos más claros del sufrimiento del hombre. Al fin y al cabo, nada más realista que el dolor, del que igual sabían Lázaro que don Quijote y que el propio Sancho. Pero sí es cierto que don Quijote sigue prefiriendo ver la realidad a través del velo idealizante de la literatura y de la ilusión que verlo tal cual es, feo y sórdido, y la pregunta que cabe hacerse es si eso es locura o sana evasión. En cualquier caso al final don Quijote acaba comprendiendo y aceptando los límites de la realidad, pero también Sancho acaba por entender los claros ideales de su amo, que aunque inalcanzables no deben perderse en el horizonte y por ello, al final, invita a su amo a convertirse en pastor, y a no morirse, a no dejarse morir, sino a seguir luchando "porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada": Precisamente eso, el desencanto, la realidad desvelada es lo que nos muestra el Quijote, una realidad extremadamente realista a la par que desusadamente ideal, que refleja al mundo sórdido de una época que ya había perdido muchos de los ideales que la habían medio sostenido en tiempos pasados, pero una realidad que también lleva en sí aún vivo el germen del idealismo y de ese levantarse para hacerse pastor que todavía es una puerta abierta al futuro, la puerta abierta al futuro que literariamente es también el Quijote como primer paso hacia la novela moderna, donde el personaje se hace hombre de carne y hueso y en donde cada hombre real puede verse reflejado.

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Valentín Pérez Venzalá es director de la revista cultural de investigación y creación Cuadernos del Minotauro.
Es autor también del libro "Estudios sobre picaresca" que puede descargarse gratuitamente en Minotauro Digital
Valentín Pérez Venzalá (Editor). NIF: 51927088B. Avda. Pablo Neruda, 130 - info[arrobita]minobitia.com - Tél. 620 76 52 60