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La casa Vieja

Por José Luis Manchón

Noviembre 2005

Prólogo

Los presocráticos, como su nombre indica, fueron anteriores a Socrates, y por lo tanto, anteriores también al desarrollo de la historia universal, la escrita desde el punto de vista metafísico. Fueron filósofos naturalistas, donde el centro del cosmos era la naturaleza y no el hombre. El hombre estaba integrado en ella y era un eslabón más. El estudio de los presocráticos, con esa naturaleza siempre presente en su discurso, y como punto de partida de todas las cosas, me ha sorprendido; desconocía el mensaje de estos filósofos y hasta ese momento pensaba que este tipo de pensamiento naturalista no se había dado como corriente filosófica nunca, en el seno de nuestra cultura, y menos, en la Grecia antigua.

Me resulta curioso pensar que nuestra cultura mane en su origen de la fuente naturalista de los presocráticos, y que se aleje tanto en este aspecto, en el momento actual. Somos conscientes, como sociedad, del desastre ecológico y humanitario, que actualmente estamos originando con nuestra actividad consumista e irracional, pero seguimos viendo ese desastre, como si estuviera detrás de la vitrina del televisor; como si realmente no nos afectara ni fuera con nosotros, por lo menos, no como individuos.

Muchas personas en occidente, con cierta sensibilidad, se sienten muy atraídas por las corrientes orientales de pensamiento, precisamente por ser entre otras cosas, naturalistas. Tienen el convencimiento, quizás, que en el seno de su sociedad es imposible que nazca un movimiento con la fuerza suficiente para cuestionar y cambiar el actual modelo de vida y desarrollo que les angustia. Se refugian en corrientes de pensamiento orientales porque muchas veces se dan en ellas valores, concepciones del tiempo, del espacio, de la relación del hombre con la naturaleza y del progreso, antagónicas a las que conocen. También me consta que hay muchas personas interesadas también por encontrar respuestas en la filosofía sobre la irracionalidad razonada de la metafísica.

Si no se profundiza en el funcionamiento y las bases en las cuales están apoyadas las sociedades occidentales, el estupor invade a la persona al observar como una cultura (occidental), aparentemente no mitológica y que basa su avance y progreso, en todos sus aspectos, en el raciocinio y la ciencia, puede, en los hechos, mostrar aptitudes tan violentas, y por lo tanto, tan alejadas de la razón.

Una sociedad que considera el “no avance lineal” como un concepto negativo, sinónimo de estancamiento o incluso retroceso, podría quizás, encontrar soluciones a sus problemas precisamente, superando sus prejuicio, ya que es, este avance lineal a costa de lo que sea, el que está fagocitando sus propias bases y lo más preocupante, las de todos los demás pueblos diferentes. Estas sociedades otras, no pueden hacer oposición eficiente en el corto plazo, a la locomotora occidental, que desea todo para si y que considera que tiene derecho a hacerse con ello, por el simple hecho de acaparar el poder económico, la tecnología y ponerlos al servicio de la violencia razonada, para llegar a su objetivo.

El tiempo “Chronos” en el que vivimos no nos permite mirar atrás “...lo pasado, pasado está...”, solo adelante. Marginamos y echamos a un lado a los ancianos, ya que pertenecen a otro tiempo que está a punto de ser sobrepasado; en el momento que algo huele a viejo, se tira o se reforma. Vivimos en el tiempo del tener y el parecer, no del ser. Existe pánico a la arruga, tanto en nuestro cuerpo, como en cualquier cosa que nos rodea, este hecho ha provocado que muchas empresas de estética coticen en bolsa.

Muchas veces nos preguntamos como “los antiguos” podían vivir sin todo aquello que para nosotros es necesario. No nos planteamos el ideal de vida feliz como una vida basada en la sencillez y la observación; más bien es como una carrera hacia delante, donde la muerte no está presente, y por lo tanto no hay límite, ya que cuando no nos gusta algo, simplemente no pensamos en ello. La muerte no nos gusta, ya que el límite que representa lo consideramos negativo. La apartamos de nuestra vista, como apagamos la televisión cuando vemos a gente sufrir en otras latitudes, muertas de miseria y desesperanza. Desplazamos nuestros cementerios a las afueras de las ciudades con la excusa de la higiene y la prevención de las enfermedades, en otras sociedades forman parte de los núcleos urbanos e incluso de las casas familiares.

La solidaridad intergeneracional no existe, no agradecemos nada a las anteriores generaciones, ya que pareciera que no nos han aportado nada y que todas esas maravillas tecnológicas de las cuales disfrutamos tuvieran únicamente que ver con nuestros contemporáneos. Nos apropiamos de todo aquello que deseamos con la capacidad y legitimidad que da el capital, pero no la moral solidaria, la cual nos debería hacer pensar cuestiones como que grado de legitimidad moral tenemos para ese consumo de recursos y que herencia vamos a dejar a las generaciones venideras, que como no son presente, no nos importan, por no hablar de lo que les estamos dejando a nuestros contemporáneos mitológicos y primitivos, que subestimamos y relegamos a un plano inferior en muchos aspectos. El objetivo que persigue la metafísica es la extinción de la diferencia en el cosmos, ya que la diferencia es mucho más ingobernable que la homogeneidad, y el hombre racional al ser el punto central del cosmos, debe dominarlo. Por esta razón existe en el mundo occidental, un deseo compulso de supresión u occidentalización de aquellas culturas y pueblos más divergentes en sus bases ideológicas y de comportamiento. Cuanto más divergen, más mitológicos y primitivos son considerados.

Sabemos que nuestra forma de vida es insostenible para el planeta, pero confiamos plenamente en el subdesarrollo permanente de casi todos los demás miembros de nuestra especie, en sus recursos naturales y finalmente, en la capacidad de la ciencia para encontrar soluciones a problemas que nos permitan seguir con nuestra actual forma de vida, basada en el consumo frenético, con el único límite que da nuestro poder adquisitivo y la capacidad de crédito que nos otorgue la entidad financiera de turno para dilatarlo. Pero la capacidad de satisfacción del ansia devoradora y expansionista de Occidente está llegando a su fin, porque aunque ese deseo persista, la limitación del espacio físico del planeta en el que vivimos, la inexistencia de nuevas fronteras a conquistar ubicadas dentro de este escenario y la limitada capacidad de regeneración de su “physis”, impedirá a corto plazo, dar de comer al depredador occidental al nivel actual.

Esta percepción está calando en nuestra sociedad y algunos gobiernos han empezado a mover ficha. Estamos empezando a ver al “Monstruo” racional y de las libertades llevar acabo “guerras preventivas” con el objetivo de asegurarse los últimos reductos de los recursos naturales que mantienen su actividad económica frenética actualmente. Este nuevo comportamiento ilegítimo ha provocado que occidente, moralmente, haya muerto para casi todas las demás sociedades, que están esperando que, en su agonía compulsiva, no se lleve por delante en alguno de sus coletazos, su dignidad, sus recursos y sus vidas. La historia universal ha sido escrita siempre desde el punto de vista del poder y de la fuerza. Poco se sabe de muchas de las civilizaciones y culturas masacradas por el ansia expansionista e irrespetuoso de las sociedades occidentales. Han sido superadas y consumidas, tachadas de primitivas por esa historia metafísica escrita por personas civilizadas y evolucionadas, con ideales progresistas. Occidente ejerce la barbarie en nombre de la modernidad y el desarrollo. La historia de la racionalidad ha sido descubierta como la encubridora de uno de los grandes mitos de la cultura occidental. El mito de la “historia universal”, inventado para luchar contra la diferencia y el pasado de los diferentes. Una interpretación de la historia, totalmente belicista, que pretende que sea considerado como el paradigma de la verdad sobre los hechos ocurridos.

La filosofía griega antigua nos puede ayudar a buscar una alternativa a la violencia etnocéntrica de la civilización actual y a la “historia de la salvación” que tantas guerras y colonizaciones ha producido a lo largo del tiempo metafísico. La filosofía griega es crucial para el cambio necesario ya que es un pensamiento anterior al pensamiento contemporáneo, y por tanto contiene conceptos y visiones sobre muchos aspectos, distintos a los asumidos actualmente. Además, está dentro de nuestro marco geo-social-cultural, con lo que la posibilidad de conexión es mucho mayor. Existe una necesidad muy marcada de buscar en los premetafísicos griegos, otro comienzo posible. Esta necesidad implica volver a leer los textos originarios, dándoles otro sentido. El objetivo es encontrar otra interpretación del pasado no consumido que haga posible un futuro diferente.

Es una tarea difícil, ya que asumir estas ideas, implica por una parte, desaprender conductas que nos vienen dadas desde pequeños, por nuestra educación en el marco judeocristiano de la metafísica tradicional de occidente y aprender a percibir ciertos conceptos de otra manera totalmente diferente, para comprender las posibilidades de un cambio. Además, este cambio implicará en el comienzo, el rechazo de la comunidad mayoritaria en ese momento, ya que implica modificar, en muchos casos, el orden de la escala de valores que prevalece actualmente, e incluso, invertirlo.

El mito del tiempo lineal, el tiempo donde todos los acontecimientos se ordenan en un antes y un después, fue adoptado por el cristianismo. El tiempo lineal, es el tiempo cronológico, el tiempo medible, el de la vida cotidiana, de la muerte y de la esclavitud, en contraposición al tiempo sincrónico, que es el tiempo inmanente, de concepción superior. Esta concepción del tiempo no es propio de todas las culturas, el ejemplo más claro es la India. El mito del tiempo lineal es uno de los ejemplos, que quizás, deberían ser modificados. Por ejemplo, el movimiento posthistórico actual, propone la concepción temporal del eterno retorno como alternativa al tiempo cronológico del antes y el después. Es necesaria otra epocalidad para que la nueva concepción del tiempo se convierta en el vehículo necesario para conectar la Grecia antigua presocrática con el presente directamente, y no a través de la metafísica superadora que considera agotado lo pasado. En esta nueva epocalidad, el cristianismo no está presente, lo que permite recibir el mensaje de los textos griegos de una manera originaria, ya que la metafísica, al considerar superados estos textos, ha permitido que hayan permanecido marginados del proceso de aprendizaje académico, durante mucho tiempo, y se hayan estudiado a través de interpretaciones de personas que ya habían sido educados en la metafísica cristiana, y estaban condicionadas por este hecho a la hora de transmitir sus conocimientos.

El desplazamiento del centro cosmológico, de la naturaleza al hombre a partir de Socrates, es el principio de el “etnocentrismo”, que tan dañino y violento a demostrado ser. Esta es una de las razones por las cuales, los filósofos presocráticos son tan importantes actualmente, como motores de un posible cambio.

En un momento en el cual, el hombre mira hacia la naturaleza como algo que le es ajeno, que percibe como una amenaza a dominar y como un instrumento para satisfacer sus necesidades de recursos, es necesario que el hombre se sienta integrado dentro del ciclo vital de la “physis”, solo de esa manera será posible el final de las agresiones al planeta, y un cambio en la forma de vida que está poniendo en peligro la supervivencia de muchas especies, entre ellas, la nuestra.

Y es que, pretendemos avanzar olvidando nuestra muerte, y la que se encuentra a nuestro alrededor. La no asumpción de la muerte como límite, nos permite “no pensar”, avanzar hacia delante, dentro de nuestro tiempo lineal. El infinitismo provoca confusión en la capacidad de distinción de aquello que es necesario de lo que es contingente. De hecho, esa sensación inmortal, provoca en muchas ocasiones, que lo superfluo adquiera un peso muy grande, tanto en dedicación de tiempo, como de recursos y esfuerzo, en la vida de muchas personas y colectivos educados en esta concepción.

Ya no vivimos plenamente, sino que ensoñamos, ya que como Efeso decía, la vida y la muerte están enlazadas, para matar la muerte necesariamente habrá que matar la vida. Al vivir solo el presente como realidad, cada instante presente pasa a ser pasado superado inmediatamente, y muere. El lugar del pensar se desplaza permanentemente, impidiéndolo en su plenitud. Es necesaria la asumpción de la muerte, ya que sin este límite no se da lugar a una sincronía, imprescindible, para que cualquier pensamiento ocupe su lugar. El hombre debe encontrar el espacio y el tiempo adecuado para pensar, y ese escenario, necesariamente, no se encuentra dentro del contexto metafísico superador.

¿La casa vieja?

Después de expresar mi pesar, y mi desazón, respecto al estado de las cosas en el mundo en el cual me ha tocado vivir y haber descrito los mecanismos y conceptos que podrían ser responsables de un cambio a mejor, desde mi punto de vista quisiera acometer la segunda parte de mi trabajo, la cual se va a materializar en un relato de crítica metafísica.

La razón por la que he elegido un relato de tipo monólogo, es por una parte, porque creo que es una forma amena de darle vida a los conocimientos adquiridos y porque es un genero, el del dialogo y el relato, que fue muy utilizado en la Grecia antigua a la hora de intentar transmitir conocimientos a los demás, y que creo que debería ser recuperado masivamente.

Me gustaría, en este punto, hacer una crítica a la comunidad filosófica. Los filósofos, muchos podríamos considerarlos verdaderos sabios, no exportan adecuadamente, desde mi más modesta opinión, las grandes, importantes y revolucionarias ideas que están manejando actualmente, y más concretamente, el movimiento posthistórico, a la masiva comunidad no filosófica.

Creo que es urgente, que al igual que el capital aprovecha todos los recursos no académicos para llegar con su mensaje a la última puerta de el ultimo barrio del último pueblo o comunidad de cada país, la comunidad filosófica haga un esfuerzo para poner en común de una manera accesible, esas ideas que son tan necesarias de reflexión por todos los miembros de nuestra sociedad, y no, como ocurre desgraciadamente, muy a menudo, actualmente, queden para debates de grupos reducidos introducidos en la materia y en libros ó textos que no son comprendidos por la mayoría debido al lenguaje técnico y los conceptos utilizados. El poder no tiene que hacer ningún esfuerzo para marginar la exportación de estos pensamientos que si fueran reflexionados por la mayoría, quizás generaría un estado de opinión muy critico y masivo al respecto.

A mi parecer, deberían existir una clase de documentación, que podríamos denominar “B”, de textos generados por los mismos autores, que sintetizaran estas ideas de una manera amena y accesible para que fueran dedicados a ese público tan necesitado del “pensar”, y protagonistas futuros del cambio posible y necesario. Hay un tema que me ha tocado profundamente, es la idea del pasado no agotado como fuente para otro futuro posible, y la hermeutica como vía para volver a repensar los textos clásicos y encontrar soluciones a los problemas actuales.

He escrito un relato sobre esta idea, ya que creo que es un punto importantísimo sobre el cual se deberá apoyar el cambio, que tarde o temprano se tendrá que producir, ya que la situación geo-político-social actual, considero que es insostenible e insoportable.

La casa vieja

He salido hoy a las siete en punto, de la mañana, de mi casa; son las diez y diez de la noche, con lo cual llevo quince horas y diez minutos sin parar de caminar y avanzar. Lo más desesperante de la situación es que la noche ya ha caído hace unas horas, la temperatura ha descendido mucho, el tiempo está cambiado a peor y sigo sin encontrar el camino de vuelta. Tengo un teléfono móvil, pero me he quedado sin saldo, con lo que no puedo hacer ninguna llamada. Además, como no pensaba que fuera a ocurrirme este contratiempo, no he traído ropa suficiente y estoy aterrido de frío, muy cansado, mis piernas no aguantan más. Tengo que buscar algún sitio para refugiarme ó esta noche, va a ser muy dura, incluso fatal. Empecé a andar más deprisa, ya no intentando buscar una luz o una senda que me marcara un camino de vuelta, sino más bien algo, algún hueco ó no se bien que, que me permitiera sobrevivir. De pronto me acordé; el viejo guarda me señaló esta mañana una cumbre donde me comentó que existía un antiguo pueblo de gente desgraciada, los drogloditas eran apellidados en la comarca, que por no tener, no tenían ni luz cuando se quedó vacío hace unas décadas. Me acuerdo la manera pausada de hablar del guardia me producía somnolencia; antes de encontrar la excusa para despedirme diplomáticamente del encuentro fortuito, me contó que los más jóvenes, en un determinado momento, se fueron, emigraron buscando el progreso y las oportunidades, pero que todos los ancianos, se quedaron y vivieron en su pueblo hasta el final. Aproveché un resquicio de luz de luna, que dejó una nube que pasaba muy deprisa, y miré a las cumbres de mí alrededor. Tuve suerte y la divisé, tenía una forma muy característica, era la más alta y a la vez, la más redondeada de todas. Fijé la dirección en la brújula y me dirigí hacia ella monte a través; no tenía referencias sobre el terreno, con lo que caminé en la dirección marcada. El camino era penoso, al peso de la mochila había que añadir las piedras que dificultaban mucho el caminar, matorrales que me arañaban con sus espinas, al pasar y escorrentías de agua que conseguían mantenerme empapados los pies continuamente. Cuando llevaba mucho tiempo avanzando a duras penas en la dirección indicada sin encontrar nada, me paré y empecé a llorar desconsolado, me encontraba totalmente desorientado y desesperado; estaba a punto de tirar la toalla y dar marcha atrás. Mi estado físico y mental eran lamentables y lo duro e intransitable del camino no me dejaban muchas más opciones. La idea de morir en el intento, en lo que debía haber sido una marcha placentera, me atormentaba; maldecía el momento en el cual había dejado la comodidad del día que se mostraba delante de mis narices para aventurarme solo monte arriba. En un momento determinado, otro haz de luz que se coló a través de una nube fragmentada, me permitió divisar lo que parecía, a lo lejos, la silueta de una casa. Con la fuerza que da la esperanza, aceleré el paso, y me dirigí, magullado por las rozaduras de los matorrales y algún traspiés, hacia el lugar. Un relámpago de la cercana tormenta, me confirmó que no había sido una alucinación. Tardé un rato en llegar a un muro. Era el muro que rodeaba la casa. Me puse a buscar la puerta de acceso y al encontrarla, ante mí apareció aquella vivienda. Me paré a observar por un momento, entre penumbras, aquella construcción. Era una casa no muy alta y parecía muy antigua. Me pareció que el estado era ruinoso. Estaba hecha de piedra irregular, una puesta sobre otra sin ningún tipo de argamasa y el tejado húmedo de pizarra, brillaba reflejando el resplandor de la luna cuando se dejaba ver entre las nubes, simulando las escamas de un pez. La vegetación se encaramaba por sus muros. Piedra, barro y madera daban forma e interactuaban hasta conseguir definir aquella estructura. Es como si la casa no hubiera sido construida, sino más bien, hubiera emergido del terreno naturalmente. Estuve dudando durante unos momentos sobre si habría sido buena idea llegar hasta allí para refugiarme en un sitio tan poco apetecible, ruinoso y aparentemente, tan incomodo; pero la lluvia que empezó a caer en ese preciso instante me despejó las dudas y eché a un lado primero, la puerta de madera carcomida del muro, corrí por el pequeño camino de piedras y abrí la segunda puerta de madera que daba acceso a la casa. La puerta se abrió suave y pesadamente, como si hubiera estado esperando a que alguien la empujara, o más bien, simplemente la echara a un lado, para mostrar su contenido. La sensación térmica que tuve al entrar fue de aire seco y de un calor tenue. Había leído en un manual de supervivencia como hacer una lámpara de aceite, de esas que utilizaban, por lo menos, los antiguos Romanos. Saqué un cordón de algodón de mi pantalón y exprimí el aceite de una lata de sardinas que llevaba en lo que parecía un cuenco de cerámica, que encontré en un rincón, tirado en el suelo y sucio. La llama fue haciéndose cada vez más grande y poco a poco pude ver el escenario en el cual me encontraba. Ante mi se presentó un antiguo hogar casi diáfano. No le presté mucha atención, simplemente me intenté asegurar, echando un vistazo, que no hubiera ningún morador animal en aquella estancia. Tenía mucha hambre y esa sensación lo único que me permitía era pensar en que bolsillo de los innumerables que había en la mochila, había guardado la navaja. La encontré, abrí el poco pan que me quedaba con las sardinillas que había sacado de la lata, y me lo comí de dos bocados. Una cierta sensación de inseguridad, me llevó a desear meterme en el saco de dormir al lado de la improvisada lámpara de aceite, como si aquella pobre luz y el centímetro de espesor del tejido, me fueran aislar de algún peligro inminente. Una vez acomodado, me centré en intentar intuir si aquella casa iba a aguantar una noche más en pie, o si por lo contrario, iba a ser espectador improvisado de su derrumbe. Como era relativamente pronto, aunque estaba cansado, con la poca luz que daba la lámpara me dediqué a intentar hacerme una idea de la vida de aquellos desgraciados que pasaron aquí sus vidas. Yo si hubiera nacido en aquella época, seguro que no me hubiera quedado aquí como aquellos pobres viejos, pensé. Debían ser un poco tontos y primitivos, o quizás es que ya no podían ni valerse por si mismos para salir de estas montañas, o tenían miedo a no saber adaptarse a la vida moderna de la ciudad. Revisé la viguería con la mirada, parecía carcomida y algunos palos daban la impresión que iban a romper de un momento a otro. Las paredes estaban revocadas con adobe, una mezcla de barro y paja, y luego encaladas. Había zonas donde la parte superficial se había desmoronado, y quedaba a la vista el barro y el grosor de la cal que calculo que tendría unos cinco centímetros, fruto de las manos sucesivas que se habían aplicado durante varias generaciones. El suelo parecía de piedra plana, pero la suciedad no permitía ver más. Me empecé a sentir más seguro en la casa. Por la ventana sin cristales se divisaba en el exterior una atmósfera que pareciera querer mostrar todo sus fenómenos, en cambio, en el interior de la casa, el ruido exterior era casi imperceptible, y el agua no encontraba vía por la cual deslizarse hacia dentro. De pronto empecé a percibir aquel lugar de otra manera. Su arquitectura, que hasta ese momento me parecía frágil y fruto de la miseria y la desesperación, más que del conocimiento, empezó a mostrarme mi error. Los pilares de madera reposaban sobre piedras a modo de galletas gruesas, para evitar el contacto con la humedad y se presentaban totalmente verticales, de manera que parecía que no necesitaban ningún apoyo para mantenerse en pie. Sobre cada dos, reposaba otro perpendicular que era recibido por los pilares con sendas zapatas; finalmente se introducían en el muro en cada uno de sus extremos, integrando la estructura interior de madera con la exterior de mampostería. El material parecía ser roble, y aunque tenía algún agujero de carcoma, el sonido al golpearlo con pequeños toques, reflejaba el buen estado de las piezas.

El tejado apoyaba en una viguería tejida y sobredimensionada, como si aquel lugar hubiera sido hecho pensando en más de una existencia. Era impresionante comprobar como aquellas vigas no habían sido combadas por el efecto del peso del tejado, con el aspecto tan desmejorado que exhibían exteriormente y lo antiguas que parecían ser.

Las lajas de pizarra irregulares, pero perfectamente contrapeadas, llevaban el agua hacia los aleros del muro de una manera suave, conduciendo cada gota poco a poco por la cascada improvisada de piedra hasta que caía al vacío bien lejos de la estructura. Cada pieza de la estructura jugaba su papel y era necesaria, de manera que se podía imaginar perfectamente el efecto desastroso al retirar alguno de esos elementos sobre el conjunto.

Los muros revocados con barro por dentro, daban a la casa, junto al grosor de los muros de piedra, calculo que de metro y medio, un aislante térmico que protegía tanto del calor como del frío. La orientación de la casa, totalmente hacia el sur, según marcaba mi brújula, permitía aprovechar los rayos del sol desde primeras horas de la mañana. Los pequeños apartados, estaban pensados para aprovechar al máximo el calor de la chimenea y todo el conjunto daba sensación de solidez. Estaba hecho a conciencia y con maestría. Recordé entonces la noticia que había escuchado el día anterior en la cual se explicaban las medidas que pretende impulsar el gobierno, próximamente y como algo innovador, para que las nuevas edificaciones incorporen aislamiento térmico para ahorrar energía; recordé también el ruido de los aires acondicionados por las calles de mi ciudad, en el mes de agosto y el anuncio televisivo de una eléctrica anunciando regalos por plus de consumo. También recordé mi teléfono móvil totalmente inservible, justamente cuando más lo necesitaba. De pronto, es como si algún antiguo morador de aquella casa me hubiera pegado una bofetada y la idea de progreso de mi sociedad ultramoderna se hubiera desmoronado. Tuve la sensación que en algún punto habíamos desaprendido cosas muy importantes, y que quizás tenía mucho que ver con nuestro egocentrismo y falta de respeto al pasado, más por viejo que por interesante.

Había perdido la noción del tiempo, no sabía cuanto tiempo llevaba allí, podían ser cinco minutos ó cinco horas. La intensidad de mi vivencia interior había reemplazado mi percepción del tiempo, y parecía encontrarme en un presente continuo. Una vez eliminados los prejuicios con los que entré, me sentía conectado con aquella gente que vivió aquí, y comprendí que tenían mucho que enseñarme, y yo mucho que aprender. Ellos conocían perfectamente el funcionamiento y la mecánica de la tecnología que utilizaban, también conocían el sentido de utilidad y necesidad de aplicación de esa tecnología y no otra, en cambio, yo sentía estar en un mundo tecnológicamente muy avanzado, pero no comprendía el funcionamiento y las leyes en las cuales se apoyaban todos aquellos aparatos tan sofisticados que utilizaba a diario, era un inculto tecnológico. Aunque la muerte estaba, seguramente, mucho más presente en sus vidas, con esa vivencia cotidiana en contacto con la naturaleza y sus ciclos, aquella casa reflejaba solidaridad intergeneracional. Muchos de los elementos de la casa estaban firmados con nombre y año, y esas fechas distaban unas de otras, tres siglos a su vez, en el más extremo de los casos. De la solidez de la construcción y los innumerables elementos encastrados e integrados en el muro, me permití interpretar, una noción del tiempo diferente.

Descubrí que el hombre debía volver a encontrarse con si mismo, que el hombre veía no porque tuviera ojos, sino que los ojos estaban para que vieran, y que el día anterior no había andado porque tuviera piernas, sino porque las piernas estaban para caminar. El cansancio se apoderó de mi, y me dormí. Soñé, creo, durante toda la noche hasta que un rayo de sol anaranjado, que se coló por el hueco de la ventana, me despertó. Me noté diferente, caminé hacia la puerta sin mirar el reloj, y divisé el paisaje que se exponía ante mí. La misma naturaleza que ayer me castigaba, hoy me acariciaba con una suave brisa mañanera la cara.
Valentín Pérez Venzalá (Editor). NIF: 51927088B. Avda. Pablo Neruda, 130 - info[arrobita]minobitia.com - Tél. 620 76 52 60