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La casa Vieja
Por José Luis Manchón
Noviembre 2005
Prólogo
Los presocráticos, como su nombre indica, fueron anteriores a Socrates, y por lo tanto,
anteriores también al desarrollo de la historia universal, la escrita desde el punto de vista
metafísico. Fueron filósofos naturalistas, donde el centro del cosmos era la naturaleza y no el
hombre. El hombre estaba integrado en ella y era un eslabón más.
El estudio de los presocráticos, con esa naturaleza siempre presente en su discurso, y
como punto de partida de todas las cosas, me ha sorprendido; desconocía el mensaje de estos
filósofos y hasta ese momento pensaba que este tipo de pensamiento naturalista no se había
dado como corriente filosófica nunca, en el seno de nuestra cultura, y menos, en la Grecia
antigua.
Me resulta curioso pensar que nuestra cultura mane en su origen de la fuente
naturalista de los presocráticos, y que se aleje tanto en este aspecto, en el momento actual.
Somos conscientes, como sociedad, del desastre ecológico y humanitario, que actualmente
estamos originando con nuestra actividad consumista e irracional, pero seguimos viendo ese
desastre, como si estuviera detrás de la vitrina del televisor; como si realmente no nos afectara
ni fuera con nosotros, por lo menos, no como individuos.
Muchas personas en occidente, con cierta sensibilidad, se sienten muy atraídas por las
corrientes orientales de pensamiento, precisamente por ser entre otras cosas, naturalistas.
Tienen el convencimiento, quizás, que en el seno de su sociedad es imposible que nazca un
movimiento con la fuerza suficiente para cuestionar y cambiar el actual modelo de vida y
desarrollo que les angustia. Se refugian en corrientes de pensamiento orientales porque
muchas veces se dan en ellas valores, concepciones del tiempo, del espacio, de la relación del
hombre con la naturaleza y del progreso, antagónicas a las que conocen. También me consta
que hay muchas personas interesadas también por encontrar respuestas en la filosofía sobre la
irracionalidad razonada de la metafísica.
Si no se profundiza en el funcionamiento y las bases en las cuales están apoyadas las
sociedades occidentales, el estupor invade a la persona al observar como una cultura
(occidental), aparentemente no mitológica y que basa su avance y progreso, en todos sus
aspectos, en el raciocinio y la ciencia, puede, en los hechos, mostrar aptitudes tan violentas, y
por lo tanto, tan alejadas de la razón.
Una sociedad que considera el “no avance lineal” como un concepto negativo,
sinónimo de estancamiento o incluso retroceso, podría quizás, encontrar soluciones a sus
problemas precisamente, superando sus prejuicio, ya que es, este avance lineal a costa de lo
que sea, el que está fagocitando sus propias bases y lo más preocupante, las de todos los
demás pueblos diferentes. Estas sociedades otras, no pueden hacer oposición eficiente en el
corto plazo, a la locomotora occidental, que desea todo para si y que considera que tiene
derecho a hacerse con ello, por el simple hecho de acaparar el poder económico, la tecnología
y ponerlos al servicio de la violencia razonada, para llegar a su objetivo.
El tiempo “Chronos” en el que vivimos no nos permite mirar atrás “...lo pasado, pasado
está...”, solo adelante. Marginamos y echamos a un lado a los ancianos, ya que pertenecen a
otro tiempo que está a punto de ser sobrepasado; en el momento que algo huele a viejo, se tira
o se reforma. Vivimos en el tiempo del tener y el parecer, no del ser. Existe pánico a la arruga,
tanto en nuestro cuerpo, como en cualquier cosa que nos rodea, este hecho ha provocado que
muchas empresas de estética coticen en bolsa.
Muchas veces nos preguntamos como “los antiguos” podían vivir sin todo aquello que
para nosotros es necesario. No nos planteamos el ideal de vida feliz como una vida basada en
la sencillez y la observación; más bien es como una carrera hacia delante, donde la muerte no
está presente, y por lo tanto no hay límite, ya que cuando no nos gusta algo, simplemente no
pensamos en ello. La muerte no nos gusta, ya que el límite que representa lo consideramos
negativo. La apartamos de nuestra vista, como apagamos la televisión cuando vemos a gente
sufrir en otras latitudes, muertas de miseria y desesperanza. Desplazamos nuestros
cementerios a las afueras de las ciudades con la excusa de la higiene y la prevención de las
enfermedades, en otras sociedades forman parte de los núcleos urbanos e incluso de las casas
familiares.
La solidaridad intergeneracional no existe, no agradecemos nada a las anteriores
generaciones, ya que pareciera que no nos han aportado nada y que todas esas maravillas
tecnológicas de las cuales disfrutamos tuvieran únicamente que ver con nuestros
contemporáneos. Nos apropiamos de todo aquello que deseamos con la capacidad y
legitimidad que da el capital, pero no la moral solidaria, la cual nos debería hacer pensar
cuestiones como que grado de legitimidad moral tenemos para ese consumo de recursos y que
herencia vamos a dejar a las generaciones venideras, que como no son presente, no nos
importan, por no hablar de lo que les estamos dejando a nuestros contemporáneos mitológicos
y primitivos, que subestimamos y relegamos a un plano inferior en muchos aspectos.
El objetivo que persigue la metafísica es la extinción de la diferencia en el cosmos, ya
que la diferencia es mucho más ingobernable que la homogeneidad, y el hombre racional al ser
el punto central del cosmos, debe dominarlo. Por esta razón existe en el mundo occidental, un
deseo compulso de supresión u occidentalización de aquellas culturas y pueblos más
divergentes en sus bases ideológicas y de comportamiento. Cuanto más divergen, más
mitológicos y primitivos son considerados.
Sabemos que nuestra forma de vida es insostenible para el planeta, pero confiamos
plenamente en el subdesarrollo permanente de casi todos los demás miembros de nuestra
especie, en sus recursos naturales y finalmente, en la capacidad de la ciencia para encontrar
soluciones a problemas que nos permitan seguir con nuestra actual forma de vida, basada en
el consumo frenético, con el único límite que da nuestro poder adquisitivo y la capacidad de
crédito que nos otorgue la entidad financiera de turno para dilatarlo.
Pero la capacidad de satisfacción del ansia devoradora y expansionista de Occidente
está llegando a su fin, porque aunque ese deseo persista, la limitación del espacio físico del
planeta en el que vivimos, la inexistencia de nuevas fronteras a conquistar ubicadas dentro de
este escenario y la limitada capacidad de regeneración de su “physis”, impedirá a corto plazo,
dar de comer al depredador occidental al nivel actual.
Esta percepción está calando en nuestra sociedad y algunos gobiernos han empezado
a mover ficha. Estamos empezando a ver al “Monstruo” racional y de las libertades llevar acabo
“guerras preventivas” con el objetivo de asegurarse los últimos reductos de los recursos
naturales que mantienen su actividad económica frenética actualmente. Este nuevo
comportamiento ilegítimo ha provocado que occidente, moralmente, haya muerto para casi
todas las demás sociedades, que están esperando que, en su agonía compulsiva, no se lleve
por delante en alguno de sus coletazos, su dignidad, sus recursos y sus vidas.
La historia universal ha sido escrita siempre desde el punto de vista del poder y de la
fuerza. Poco se sabe de muchas de las civilizaciones y culturas masacradas por el ansia
expansionista e irrespetuoso de las sociedades occidentales. Han sido superadas y
consumidas, tachadas de primitivas por esa historia metafísica escrita por personas civilizadas
y evolucionadas, con ideales progresistas. Occidente ejerce la barbarie en nombre de la
modernidad y el desarrollo. La historia de la racionalidad ha sido descubierta como la
encubridora de uno de los grandes mitos de la cultura occidental. El mito de la “historia
universal”, inventado para luchar contra la diferencia y el pasado de los diferentes. Una
interpretación de la historia, totalmente belicista, que pretende que sea considerado como el
paradigma de la verdad sobre los hechos ocurridos.
La filosofía griega antigua nos puede ayudar a buscar una alternativa a la violencia
etnocéntrica de la civilización actual y a la “historia de la salvación” que tantas guerras y
colonizaciones ha producido a lo largo del tiempo metafísico. La filosofía griega es crucial para
el cambio necesario ya que es un pensamiento anterior al pensamiento contemporáneo, y por
tanto contiene conceptos y visiones sobre muchos aspectos, distintos a los asumidos
actualmente. Además, está dentro de nuestro marco geo-social-cultural, con lo que la
posibilidad de conexión es mucho mayor. Existe una necesidad muy marcada de buscar en los
premetafísicos griegos, otro comienzo posible. Esta necesidad implica volver a leer los textos
originarios, dándoles otro sentido. El objetivo es encontrar otra interpretación del pasado no
consumido que haga posible un futuro diferente.
Es una tarea difícil, ya que asumir estas ideas, implica por una parte, desaprender
conductas que nos vienen dadas desde pequeños, por nuestra educación en el marco judeocristiano
de la metafísica tradicional de occidente y aprender a percibir ciertos conceptos de
otra manera totalmente diferente, para comprender las posibilidades de un cambio. Además,
este cambio implicará en el comienzo, el rechazo de la comunidad mayoritaria en ese
momento, ya que implica modificar, en muchos casos, el orden de la escala de valores que
prevalece actualmente, e incluso, invertirlo.
El mito del tiempo lineal, el tiempo donde todos los acontecimientos se ordenan en un
antes y un después, fue adoptado por el cristianismo. El tiempo lineal, es el tiempo cronológico,
el tiempo medible, el de la vida cotidiana, de la muerte y de la esclavitud, en contraposición al
tiempo sincrónico, que es el tiempo inmanente, de concepción superior. Esta concepción del
tiempo no es propio de todas las culturas, el ejemplo más claro es la India. El mito del tiempo
lineal es uno de los ejemplos, que quizás, deberían ser modificados. Por ejemplo, el
movimiento posthistórico actual, propone la concepción temporal del eterno retorno como
alternativa al tiempo cronológico del antes y el después. Es necesaria otra epocalidad para que
la nueva concepción del tiempo se convierta en el vehículo necesario para conectar la Grecia
antigua presocrática con el presente directamente, y no a través de la metafísica superadora
que considera agotado lo pasado. En esta nueva epocalidad, el cristianismo no está presente,
lo que permite recibir el mensaje de los textos griegos de una manera originaria, ya que la
metafísica, al considerar superados estos textos, ha permitido que hayan permanecido
marginados del proceso de aprendizaje académico, durante mucho tiempo, y se hayan
estudiado a través de interpretaciones de personas que ya habían sido educados en la
metafísica cristiana, y estaban condicionadas por este hecho a la hora de transmitir sus
conocimientos.
El desplazamiento del centro cosmológico, de la naturaleza al hombre a partir de
Socrates, es el principio de el “etnocentrismo”, que tan dañino y violento a demostrado ser.
Esta es una de las razones por las cuales, los filósofos presocráticos son tan importantes
actualmente, como motores de un posible cambio.
En un momento en el cual, el hombre mira hacia la naturaleza como algo que le es
ajeno, que percibe como una amenaza a dominar y como un instrumento para satisfacer sus
necesidades de recursos, es necesario que el hombre se sienta integrado dentro del ciclo vital
de la “physis”, solo de esa manera será posible el final de las agresiones al planeta, y un
cambio en la forma de vida que está poniendo en peligro la supervivencia de muchas especies,
entre ellas, la nuestra.
Y es que, pretendemos avanzar olvidando nuestra muerte, y la que se encuentra a
nuestro alrededor. La no asumpción de la muerte como límite, nos permite “no pensar”,
avanzar hacia delante, dentro de nuestro tiempo lineal. El infinitismo provoca confusión en la
capacidad de distinción de aquello que es necesario de lo que es contingente. De hecho, esa
sensación inmortal, provoca en muchas ocasiones, que lo superfluo adquiera un peso muy
grande, tanto en dedicación de tiempo, como de recursos y esfuerzo, en la vida de muchas
personas y colectivos educados en esta concepción.
Ya no vivimos plenamente, sino que ensoñamos, ya que como Efeso decía, la vida y la
muerte están enlazadas, para matar la muerte necesariamente habrá que matar la vida. Al vivir
solo el presente como realidad, cada instante presente pasa a ser pasado superado
inmediatamente, y muere. El lugar del pensar se desplaza permanentemente, impidiéndolo en
su plenitud. Es necesaria la asumpción de la muerte, ya que sin este límite no se da lugar a
una sincronía, imprescindible, para que cualquier pensamiento ocupe su lugar.
El hombre debe encontrar el espacio y el tiempo adecuado para pensar, y ese
escenario, necesariamente, no se encuentra dentro del contexto metafísico superador.
¿La casa vieja?
Después de expresar mi pesar, y mi desazón, respecto al estado de las cosas en el
mundo en el cual me ha tocado vivir y haber descrito los mecanismos y conceptos que podrían
ser responsables de un cambio a mejor, desde mi punto de vista quisiera acometer la segunda parte de mi trabajo, la cual se va a materializar en
un relato de crítica metafísica.
La razón por la que he elegido un relato de tipo monólogo, es por una parte, porque
creo que es una forma amena de darle vida a los conocimientos adquiridos y porque es un
genero, el del dialogo y el relato, que fue muy utilizado en la Grecia antigua a la hora de
intentar transmitir conocimientos a los demás, y que creo que debería ser recuperado
masivamente.
Me gustaría, en este punto, hacer una crítica a la comunidad filosófica. Los filósofos,
muchos podríamos considerarlos verdaderos sabios, no exportan adecuadamente, desde mi
más modesta opinión, las grandes, importantes y revolucionarias ideas que están manejando
actualmente, y más concretamente, el movimiento posthistórico, a la masiva comunidad no
filosófica.
Creo que es urgente, que al igual que el capital aprovecha todos los recursos no
académicos para llegar con su mensaje a la última puerta de el ultimo barrio del último pueblo o
comunidad de cada país, la comunidad filosófica haga un esfuerzo para poner en común de
una manera accesible, esas ideas que son tan necesarias de reflexión por todos los miembros
de nuestra sociedad, y no, como ocurre desgraciadamente, muy a menudo, actualmente,
queden para debates de grupos reducidos introducidos en la materia y en libros ó textos que no
son comprendidos por la mayoría debido al lenguaje técnico y los conceptos utilizados. El
poder no tiene que hacer ningún esfuerzo para marginar la exportación de estos pensamientos
que si fueran reflexionados por la mayoría, quizás generaría un estado de opinión muy critico y
masivo al respecto.
A mi parecer, deberían existir una clase de documentación, que podríamos denominar
“B”, de textos generados por los mismos autores, que sintetizaran estas ideas de una manera
amena y accesible para que fueran dedicados a ese público tan necesitado del “pensar”, y
protagonistas futuros del cambio posible y necesario.
Hay un tema que me ha
tocado profundamente, es la idea del pasado no agotado como fuente para otro futuro posible,
y la hermeutica como vía para volver a repensar los textos clásicos y encontrar soluciones a los
problemas actuales.
He escrito un relato sobre esta idea, ya que creo que es un punto importantísimo sobre
el cual se deberá apoyar el cambio, que tarde o temprano se tendrá que producir, ya que la
situación geo-político-social actual, considero que es insostenible e insoportable.
La casa vieja
He salido hoy a las siete en punto, de la mañana, de mi casa; son las diez y diez de la
noche, con lo cual llevo quince horas y diez minutos sin parar de caminar y avanzar. Lo más
desesperante de la situación es que la noche ya ha caído hace unas horas, la temperatura ha
descendido mucho, el tiempo está cambiado a peor y sigo sin encontrar el camino de vuelta.
Tengo un teléfono móvil, pero me he quedado sin saldo, con lo que no puedo hacer ninguna
llamada. Además, como no pensaba que fuera a ocurrirme este contratiempo, no he traído ropa
suficiente y estoy aterrido de frío, muy cansado, mis piernas no aguantan más. Tengo que
buscar algún sitio para refugiarme ó esta noche, va a ser muy dura, incluso fatal.
Empecé a andar más deprisa, ya no intentando buscar una luz o una senda que me
marcara un camino de vuelta, sino más bien algo, algún hueco ó no se bien que, que me
permitiera sobrevivir. De pronto me acordé; el viejo guarda me señaló esta mañana una
cumbre donde me comentó que existía un antiguo pueblo de gente desgraciada, los drogloditas
eran apellidados en la comarca, que por no tener, no tenían ni luz cuando se quedó vacío hace
unas décadas.
Me acuerdo la manera pausada de hablar del guardia me producía somnolencia; antes
de encontrar la excusa para despedirme diplomáticamente del encuentro fortuito, me contó que
los más jóvenes, en un determinado momento, se fueron, emigraron buscando el progreso y
las oportunidades, pero que todos los ancianos, se quedaron y vivieron en su pueblo hasta el
final.
Aproveché un resquicio de luz de luna, que dejó una nube que pasaba muy deprisa, y
miré a las cumbres de mí alrededor. Tuve suerte y la divisé, tenía una forma muy característica,
era la más alta y a la vez, la más redondeada de todas. Fijé la dirección en la brújula y me
dirigí hacia ella monte a través; no tenía referencias sobre el terreno, con lo que caminé en la
dirección marcada. El camino era penoso, al peso de la mochila había que añadir las piedras
que dificultaban mucho el caminar, matorrales que me arañaban con sus espinas, al pasar y
escorrentías de agua que conseguían mantenerme empapados los pies continuamente.
Cuando llevaba mucho tiempo avanzando a duras penas en la dirección indicada sin
encontrar nada, me paré y empecé a llorar desconsolado, me encontraba totalmente
desorientado y desesperado; estaba a punto de tirar la toalla y dar marcha atrás. Mi estado
físico y mental eran lamentables y lo duro e intransitable del camino no me dejaban muchas
más opciones. La idea de morir en el intento, en lo que debía haber sido una marcha
placentera, me atormentaba; maldecía el momento en el cual había dejado la comodidad del
día que se mostraba delante de mis narices para aventurarme solo monte arriba. En un
momento determinado, otro haz de luz que se coló a través de una nube fragmentada, me
permitió divisar lo que parecía, a lo lejos, la silueta de una casa.
Con la fuerza que da la esperanza,
aceleré el paso, y me dirigí, magullado por las
rozaduras de los matorrales y algún traspiés,
hacia el lugar. Un relámpago de la cercana
tormenta, me confirmó que no había sido una
alucinación. Tardé un rato en llegar a un muro.
Era el muro que rodeaba la casa. Me puse a
buscar la puerta de acceso y al encontrarla, ante
mí apareció aquella vivienda. Me paré a observar
por un momento, entre penumbras, aquella
construcción.
Era una casa no muy alta y parecía muy
antigua. Me pareció que el estado era ruinoso.
Estaba hecha de piedra irregular, una puesta
sobre otra sin ningún tipo de argamasa y el tejado
húmedo de pizarra, brillaba reflejando el
resplandor de la luna cuando se dejaba ver entre
las nubes, simulando las escamas de un pez. La vegetación se encaramaba por sus muros.
Piedra, barro y madera daban forma e interactuaban hasta conseguir definir aquella estructura.
Es como si la casa no hubiera sido construida, sino más bien, hubiera emergido del terreno
naturalmente.
Estuve dudando durante unos momentos sobre si habría sido buena idea llegar hasta
allí para refugiarme en un sitio tan poco apetecible, ruinoso y aparentemente, tan incomodo;
pero la lluvia que empezó a caer en ese preciso instante me despejó las dudas y eché a un
lado primero, la puerta de madera carcomida del muro, corrí por el pequeño camino de piedras
y abrí la segunda puerta de madera que daba acceso a la casa.
La puerta se abrió suave y pesadamente, como si hubiera estado esperando a que
alguien la empujara, o más bien, simplemente la echara a un lado, para mostrar su contenido.
La sensación térmica que tuve al entrar fue de aire seco y de un calor tenue.
Había leído en un manual de supervivencia como hacer una lámpara de aceite, de
esas que utilizaban, por lo menos, los antiguos Romanos. Saqué un cordón de algodón de mi
pantalón y exprimí el aceite de una lata de sardinas que llevaba en lo que parecía un cuenco
de cerámica, que encontré en un rincón, tirado en el suelo y sucio. La llama fue haciéndose
cada vez más grande y poco a poco pude ver el escenario en el cual me encontraba.
Ante mi se presentó un
antiguo hogar casi diáfano. No le
presté mucha atención,
simplemente me intenté
asegurar, echando un vistazo,
que no hubiera ningún morador
animal en aquella estancia. Tenía
mucha hambre y esa sensación
lo único que me permitía era
pensar en que bolsillo de los
innumerables que había en la
mochila, había guardado la navaja. La encontré, abrí el poco pan que me quedaba con las
sardinillas que había sacado de la lata, y me lo comí de dos bocados.
Una cierta sensación de inseguridad, me llevó a desear meterme en el saco de dormir
al lado de la improvisada lámpara de aceite, como si aquella pobre luz y el centímetro de
espesor del tejido, me fueran aislar de algún peligro inminente. Una vez acomodado, me
centré en intentar intuir si aquella casa iba a aguantar una noche más en pie, o si por lo
contrario, iba a ser espectador improvisado de su derrumbe.
Como era relativamente pronto, aunque estaba cansado, con la poca luz que daba la
lámpara me dediqué a intentar hacerme una idea de la vida de aquellos desgraciados que
pasaron aquí sus vidas. Yo si hubiera nacido en aquella época, seguro que no me hubiera
quedado aquí como aquellos pobres viejos, pensé. Debían ser un poco tontos y primitivos, o
quizás es que ya no podían ni valerse por si mismos para salir de estas montañas, o tenían
miedo a no saber adaptarse a la vida moderna de la ciudad.
Revisé la viguería con la mirada, parecía carcomida y algunos palos daban la
impresión que iban a romper de un momento a otro. Las paredes estaban revocadas con
adobe, una mezcla de barro y paja, y luego encaladas. Había zonas donde la parte superficial
se había desmoronado, y quedaba a la vista el barro y el grosor de la cal que calculo que
tendría unos cinco centímetros, fruto de las manos sucesivas que se habían aplicado durante
varias generaciones. El suelo parecía de piedra plana, pero la suciedad no permitía ver más.
Me empecé a sentir más seguro en la casa. Por la ventana sin cristales se divisaba en
el exterior una atmósfera que pareciera querer mostrar todo sus fenómenos, en cambio, en el
interior de la casa, el ruido exterior era casi imperceptible, y el agua no encontraba vía por la
cual deslizarse hacia dentro.
De pronto empecé a percibir aquel lugar de otra manera. Su arquitectura, que hasta
ese momento me parecía frágil y fruto de la miseria y la desesperación, más que del
conocimiento, empezó a mostrarme mi error.
Los pilares de madera reposaban sobre piedras a
modo de galletas gruesas, para evitar el contacto
con la humedad y se presentaban totalmente
verticales, de manera que parecía que no
necesitaban ningún apoyo para mantenerse en pie.
Sobre cada dos, reposaba otro perpendicular que
era recibido por los pilares con sendas zapatas;
finalmente se introducían en el muro en cada uno
de sus extremos, integrando la estructura interior
de madera con la exterior de mampostería. El
material parecía ser roble, y aunque tenía algún
agujero de carcoma, el sonido al golpearlo con
pequeños toques, reflejaba el buen estado de las
piezas.
El tejado apoyaba en una viguería tejida y
sobredimensionada, como si aquel lugar hubiera sido hecho pensando en más de una
existencia. Era impresionante comprobar como aquellas vigas no habían sido combadas por el
efecto del peso del tejado, con el aspecto tan desmejorado que exhibían exteriormente y lo
antiguas que parecían ser.
Las lajas de pizarra irregulares, pero
perfectamente contrapeadas, llevaban el agua hacia los
aleros del muro de una manera suave, conduciendo cada
gota poco a poco por la cascada improvisada de piedra
hasta que caía al vacío bien lejos de la estructura.
Cada pieza de la estructura jugaba su papel y era necesaria, de manera que se podía
imaginar perfectamente el efecto desastroso al retirar alguno de esos elementos sobre el
conjunto.
Los muros revocados con barro por dentro, daban a la casa, junto al grosor de los
muros de piedra, calculo que de metro y medio, un aislante térmico que protegía tanto del calor
como del frío. La orientación de la casa, totalmente hacia el sur, según marcaba mi brújula,
permitía aprovechar los rayos del sol desde primeras horas de la mañana. Los pequeños
apartados, estaban pensados para aprovechar al máximo el calor de la chimenea y todo el
conjunto daba sensación de solidez. Estaba hecho a conciencia y con maestría.
Recordé entonces la noticia que había escuchado el día anterior en la cual se
explicaban las medidas que pretende impulsar el gobierno, próximamente y como algo
innovador, para que las nuevas edificaciones incorporen aislamiento térmico para ahorrar
energía; recordé también el ruido de los aires acondicionados por las calles de mi ciudad, en el
mes de agosto y el anuncio televisivo de una eléctrica anunciando regalos por plus de
consumo. También recordé mi teléfono móvil totalmente inservible, justamente cuando más lo
necesitaba. De pronto, es como si algún antiguo morador de aquella casa me hubiera pegado
una bofetada y la idea de progreso de mi sociedad ultramoderna se hubiera desmoronado.
Tuve la sensación que en algún punto habíamos desaprendido cosas muy importantes, y que
quizás tenía mucho que ver con nuestro egocentrismo y falta de respeto al pasado, más por
viejo que por interesante.
Había perdido la noción del tiempo, no sabía cuanto tiempo llevaba allí, podían ser
cinco minutos ó cinco horas. La intensidad de mi vivencia interior había reemplazado mi
percepción del tiempo, y parecía encontrarme en un presente continuo.
Una vez eliminados los prejuicios con los que entré, me sentía conectado con aquella
gente que vivió aquí, y comprendí que tenían mucho que enseñarme, y yo mucho que
aprender. Ellos conocían perfectamente el funcionamiento y la mecánica de la tecnología que
utilizaban, también conocían el sentido de utilidad y necesidad de aplicación de esa tecnología
y no otra, en cambio, yo sentía estar en un mundo tecnológicamente muy avanzado, pero no
comprendía el funcionamiento y las leyes en las cuales se apoyaban todos aquellos aparatos
tan sofisticados que utilizaba a diario, era un inculto tecnológico.
Aunque la muerte estaba, seguramente, mucho más presente en sus vidas, con esa
vivencia cotidiana en contacto con la naturaleza y sus ciclos, aquella casa reflejaba solidaridad
intergeneracional. Muchos de los elementos de la casa estaban firmados con nombre y año, y
esas fechas distaban unas de otras, tres siglos a su vez, en el más extremo de los casos. De la
solidez de la construcción y los innumerables elementos encastrados e integrados en el muro,
me permití interpretar, una noción del tiempo diferente.
Descubrí que el hombre debía volver a encontrarse con si mismo, que el hombre veía
no porque tuviera ojos, sino que los ojos estaban para que vieran, y que el día anterior no
había andado porque tuviera piernas, sino porque las piernas estaban para caminar.
El cansancio se apoderó de mi, y me dormí. Soñé, creo, durante toda la noche hasta
que un rayo de sol anaranjado, que se coló por el hueco de la ventana, me despertó. Me noté
diferente, caminé hacia la puerta sin mirar el reloj, y divisé el paisaje que se exponía ante mí.
La misma naturaleza que ayer me castigaba, hoy me acariciaba con una suave brisa mañanera
la cara.