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Los pasos del tiempo. A propósito del libro Eduardo Haro Ibars: Los pasos del Caído de J. Benito Fernández

Septiembre 2005

Título: Eduardo Haro Ibars: Los pasos del Caído (Finalista XXXIII Premio Anagrama de Ensayo)
Autor: J. Benito Fernández
Edita: Anagrama
Género: Ensayo
Páginas: 330
Precio: 20 €
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La biografía de Haro Ibars acaba recordando al lector que el personaje pertenece a un tiempo ya desaparecido, junto con tantas otras personas que también han desaparecido de escena, o se han retirado, o el olvido, clemente, los ha cubierto. Más allá de la oportunidad, necesidad u oportunismo de la biografía, más allá incluso del personaje, el libro nos enfrenta con varios asuntos que justifican los comentarios.

El primero de todos es la época, reflejada de un modo periodístico, con la obvia intención de enmarcar a Haro Ibars y todos aquellos que le rodearon dentro de un tiempo histórico, y de ir pautando el cambio político, social y generacional que vivieron los españoles entre mediados los años cincuenta y finales de los ochenta. Hay ya bastante escrito y que la refleja acaso como la última época dorada que hemos conocido. En verdad no es mejor ni peor que otras, si exceptuamos algunas que sí que son oscuras y dolorosas. Esta es hermosa porque así la vemos y así la configuramos dentro de nuestro imaginario histórico y social. A finales de los años cincuenta España sale de las consecuencias de la guerra civil, al menos parcialmente, y experimenta un progresivo desarrollo económico que junto con el turismo permite que las novedades extranjeras vayan permeando en la sociedad. Del más o menos extraordinario desarrollo económico de los sesenta, generalizado en todo Europa – que además vivió la era Pop – a la Transición, y por fin a la Postmodernidad de los ochenta, hemos configurado la historia de España como un desarrollo teleológico hacia la Libertad y el ingreso en el Mundo Moderno. Para ello ha sido necesario obviar, silenciar o incluso eliminar todo aquello que molestaba o que llegaba a contradecir la narración oficial, narración que dicho sea de paso comparten la gran mayoría de la población más allá de orientaciones ideológicas. En ello reside, para mí, el interés por Haro Ibars.

Junto con una exploración, o pérdida en el mundo de las drogas, junto con su escritura, Haro Ibars desarrolla una actividad política que se va radicalizando conforme pasa el tiempo. Fascina su viaje hacia el radicalismo, o quizá sería mejor decir su concreción de un radicalismo propio, aunque esté enmarcado en la LCR. Resulta necesario recordar a muchas personas que hubo en España una izquierda radical que luchaba por otra sociedad, izquierda que no fue barrida del mapa por la caída del muro de Berlín sino que fue el referéndum sobre la OTAN el que la descabezó. Resulta necesario decir que los años setenta y ochenta no son solo los años de la locura y la fiesta inacabable porque éramos jóvenes y el cuerpo lo aguantaba todo, como muchos repiten. La libertad que entones se buscaba no se agotaba en la fiesta o la música que venía del extranjero. Había que gente que vivía en los márgenes, siempre más cerca de lo ilegal o de lo réprobo que de lo aceptado. Era lo que Haro Ibars denominó con el título de un libro de poemas: En rojo. Vivir en rojo era vivir en los límites de lo permitido aun a sabiendas de que afuera hace frío y todo es inhóspito, como otro poeta dijo, y algunos que lo sabían parecen haber olvidado.

El otro tema es el del tiempo que ya no existe. Así es la vida, el Paraíso siempre está amenazado y el peligro nunca lo abandona. La gran amenaza es el tiempo, que nos cambia o nos envejece y nos hace más acomodaticios o menos ilusionados, más escépticos. El tiempo de Haro Ibars pasó, como el de tantos otros, y solo quedan los restos del naufragio, los fantasmas y los cadáveres, algunos pocos supervivientes que en la gran mayoría de las ocasiones exhiben una figura patética pues han dejado de ser ellos mismos para convertirse en su propia caricatura. Es cierto también que hay algunos expertos en mantenerse a flote y son capaces de cambiar de rostro con una facilidad de la que los demás carecemos. A pesar de todo creo que es más interesante desaparecer llegado cierto momento, desvanecerse entre la barahúnda y el ruido del momento. Hay que retirarse porque, se quiera o no, nuestro tiempo, antes o después, termina por pasar.

Lo que el autor del libro no llega a decir es que el tiempo de Haro Ibars y de sus amigos tenía que pasar porque era ley de vida. Efectuaron el paso desde la triste modernidad pop española – reflejada en las películas de Marisol, Rocío Durcal y Concha Velasco – hasta la Postmodernidad de Pedro Almodóvar o Fernando Colomo, con la cada vez más grandiosa excepción de Iván Zulueta, y ya solo les quedó dejar paso a los que venían detrás, aunque estos tuvieran poco que decir porque aún estaban fascinados con lo que los mayores habían hecho. El de Haro Ibars fue un grupo desmesurado, ansioso de tanto y por tantas razones que solo supieron lanzarse a por todo como si el mañana no existiera. Quizá sea la razón por la que algunos murieron tan pronto.

Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan